jueves, 21 de junio de 2007

Ordenación Diaconal


No voy a hacerles una crónica detallada, simplemente quiero compartir con ustedes lo que pasa dentro de mí en éstos días en los que mi corazón se queda pequeño para lo que siento con ocasión de la ordenación diaconal.

La lluvia empezó a buena mañana. La comunidad de frailes procuraba que todo estuviera en su lugar y momento adecuado. Los frailes que llegaron desde La Coruña, Valencia, Madrid, Caleruega, Valladolid o El Salvador caminaban hacía el monasterio de Ntra. Sra. de la Consolación. Los pocos familiares y amigos que llegaban desde otras latitudes nos acuerpaban para que los momentos previos a la ordenación no fuesen tan tensos.

Cuando faltaban cinco minutos para las once llegó don Carlos, el obispo de Salamanca, todos, ordenandos y no celebrantes, nos pusimos más nerviosos. Una vez listos y revestidos todos, según su función ministerial, nos dispusimos a iniciar la procesión. Entramos desde el coro de las monjas para llegar al altar mayor que está al atravesar la capilla. De fondo las monjas cantaban con gozo pueblo de reyes, asamblea santa… . Nunca había sentido con tanta fuerza ese himno. El camino de la procesión no lo recuerdo. Quizá porque en esos momentos mi mente estaba en muchos lugares: con mis padres, con los frailes de mi provincia, con mis amigos, con quienes he trabajado pastoralmente en estos nueve años de vida en la orden.

En eso pensaba cuando dijeron la fecha "Hoy 16 de junio nos hemos reunido para celebrar la ordenación…" Caramba 16 de junio. Precisamente el 16 de junio de 1998 fray Estuardo Pérez, fray Julio Quesada y fray José Manuel Millán nos recibieron, a Javier y a mí, en la casa del prenoviciado en Utatlán. De ellos sólo fray José Manuel pudo estar físicamente en esta ordenación (vino desde Palma de Mallorca para estar con nosotros este día). Fray Julio nos había prometido orar por nosotros y a fray Estuardo, como siempre, le sentía a nuestro lado en esta celebración.

El provincial p. Javier Carballo nos presentó ante el obispo, quién durante la homilía nos recordó el servicio al que estamos llamados dentro de una Iglesia que se funda en el amor, en la caridad.

Mientras el obispo predicaba yo no podía dejar de sentir las miradas de dos frailes que también viajaron para estar esta mañana con nosotros: fray Gregorio Ramírez y fray Pepe Martínez. Uno de El Salvador y el otro desde Valencia. Los dos fueron físicamente, representación de los frailes de nuestra amada provincia de san Vicente Ferrer y de los frailes que hemos conocido y que han vivido en nuestra provincia y que hoy están en otras latitudes.

Pensaba en cuanta gente había detrás de ésta ordenación, cuando el obispo realizó el cuestionario del ritual, luego vinieron las letanías, la vestición, la imposición de manos, la entrega de los evangelios y la invitación a incorporarnos al servicio, litúrgico en esta ocasión, por el Reino.

Dimos gracias a todos por medio del hermano africano Roberto Okón, quien también se había ordenado con nosotros esta misma mañana, e iniciamos la procesión de regreso. Mientras recorríamos la iglesia entonábamos el Oh Lumen. Al llegar al claustro y ya solos los frailes con el obispo entonamos la Salve Regina, quizá en ese momento empezaba a ser consciente de que lo había ocurrido.

Luego entre abrazos y buenos deseos nos fuimos al convento en donde comimos, bebimos y celebramos que el servicio sigue siendo la única forma en la que podemos proclamar que ser cristiano tiene sentido: Creemos en el Dios que desde la caridad sirve sin ser servil, crea sin esclavizar, ama sin poseer y acompaña sin manipular.

Dentro de unos minutos será la misa dominical en el convento. Allá iré como diacono al servicio del Reino de Jesús. Que Dios inspire por medio de su Espíritu el servicio que deba ofrecer cada día.