viernes, 3 de abril de 2009

De la víctima masacrada a la dignidad recuperada. Para entender la Pascua


La fe cristiana está sentada sobre un acontecimiento fundamental que marca la interpretación de la vida y del cosmos que como creyentes hacemos. Ese acontecimiento es la persona de Jesucristo en la historia. Más aún sólo comprendemos que Jesucristo es acontecimiento salvífico a la luz de la Pascua, a la luz de su paso por la muerte y de su reincorporación a la vida por medio de la Resurrección.


Esto significa que Jesucristo, en cuanto resucitado, es el eje que marca nuestra historia personal y comunitaria. Pero ¿cuándo y por qué surge esa conciencia? ¿era tenido por tal por los seguidores de la primera hora?

Parece ser que para los primeros seguidores no fue fácil descubrir la plena magnitud de lo que Jesús de Nazareth, la víctima masacrada por el poder político y religioso de su tiempo, quería revelar. En un primer momento tienen miedo y abandonan a aquel que va a ser martirizado, torturado, ensangrentado, roto en su dignidad (Mt 26-27; Mc 14-15; Lc 22-23).

Para una lógica en la que Dios se presenta como vencedor, defensor del justo, todopoderoso y justiciero (que no justo), la forma en la que Jesús es vilipendiado parece estar fuera de lugar.

No es posible que a Dios le agrade la inmolación de víctimas “si ofrezco un holocausto no lo aceptas. El sacrificio a Dios es un espíritu contrito, un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias.”(Salmo 50). Entonces cómo comprender que Jesús de Nazareth, el que va a ser resucitado por el amor del Padre, tenga que ser una víctima masacrada para alcanzar la resurrección.


Podríamos responder desde una teología del sacrificio. En esta teología la masacre, el holocausto, es querido por Dios para liberar al mundo del pecado. Sin embargo, creo que no es lo fundamental de la entrega. Si nos quedamos en una teología del sacrificio corremos el riesgo de admirar demasiado el dolor y el sufrimiento olvidándonos que esa realidad absurda solo está en función de una realidad más absoluta y más auténtica: La Resurrección.

El esfuerzo de los seguidores de la primera hora, y también el nuestro, está en descubrir que detrás del sacrificio está una teología de la solidaridad y de la esperanza. En efecto, Jesús acepta el dolor y la masacre que en él realizan los poderosos de su tiempo, solo en función de hacernos descubrir que, a quienes han sido oprimidos por los que se sienten satisfechos, les será devuelta su dignidad, todo el discurso de las Bienaventuranzas cobra sentido a la luz de la Resurrección (Mt 5; Lc 6). El himno del Magnificat (Lc 1, 46) se puede proclamar cuando hemos visto en Jesucristo, el resucitado, la victoria de la dignidad sobre la iniquidad.


El oprobio del pecado que destruye la dignidad del ser humano no puede ser mayor que aquello que Dios ha infundado en cada ser humano: su dignidad. La dignidad está más allá de los juicios que los seres humanos hacemos sobre las personas, la dignidad es un don obsequiado a todos y todas por el simple hecho de existir.

Todo esto viene bien para que en esta nuestra Guatemala, podamos vivir una verdadera Pascua, en donde demos el paso de una vivencia religiosa que acentúa en demasía el sacrificio a una experiencia cristiana que da relevancia a Jesús Resucitado, en quien podemos encontrar un camino de dignificación de un pueblo que ha sido y sigue siendo una víctima masacrada.

1 comentario:

M. Gelabert dijo...

Mario, mi solidaridad contigo, con tus hermanos, con la gente con la que estáis. Siento mucho lo que cuentas en tu post anterior sobre el bebé de dos meses. Rezo para que el Señor resucitado nos saque de todas nuestras rencillas, odios, ambiciones. No es nada fácil, pero al menos que sus seguidores seamos conscientes de que la fe en Cristo resucitado es una provocación: nos provoca a vivir como el, a seguir su camino, porque ese camino, a pesar de todas las apariencias, es el único que conduce a la vida. Que él bendiga a Guatemala. Martín Gelabert